Entre las supersticiones que han acompañado a la humanidad a lo largo de los siglos, existen aquellas que impiden que el alma se pierda en el limbo, como las que hablan de abrir ventanas para dejarlas salir; otras buscan proteger a los vivos de presencias indeseadas, como detener los relojes para marcar el fin del tiempo terrenal.
Sin embargo, una de las que ha resultado fascinante por su gran misterio es la costumbre de cubrir los espejos cuando alguien muere.
Esta práctica, que podría resultar extraña, tiene raíces profundas y antiguas. En muchas tradiciones, como la victoriana o la judía, se creía que los espejos eran una especie de “portales” al mundo espiritual, por lo que cubrirlos evitaba que el alma del fallecido quedara atrapada en su reflejo, asegurándole un tránsito más tranquilo al más allá.
Sin embargo, no se trataba de proteger al difunto, sino más bien de un temor entre los vivos.
En la Inglaterra del siglo XIX, esta superstición rápidamente tomó un tinte moral, pues los espejos, asociados a la vanidad, se ocultaban para centrar la atención en el duelo y no en lo superficial.
En México, por ejemplo, en ciertas comunidades rurales, se cubren los espejos para que el espíritu no se “asuste” al verse o para que no regrese a perturbar. Por otra parte, en Europa del Este, en regiones como Polonia o Rusia, la tradición añade un giro distinto: los espejos descubiertos podrían ser puertas para espíritus malignos.