A casi 100 días de haber iniciado su segundo mandato, Donald Trump enfrenta crecientes dificultades para cumplir sus ambiciosas promesas de resolver rápidamente los conflictos en Ucrania y Gaza, metas que había fijado como prioritarias en su agenda de política exterior. Pese a los esfuerzos diplomáticos, los resultados han sido limitados y las críticas internacionales aumentan.

En una entrevista reciente con Time, Trump defendió su gestión incipiente: “La guerra ha estado ardiendo durante tres años. Acabo de llegar aquí, y ustedes dicen: ¿Qué ha tomado tanto tiempo?”, señaló, justificando la complejidad de los conflictos en curso. No obstante, su estrategia de cambios rápidos, que incluye recortes de ayuda exterior, nuevas tensiones comerciales y propuestas geopolíticas inusuales, ha mostrado límites en su efectividad.

En el caso de Ucrania, las relaciones tensas con el presidente Volodímir Zelenski y los avances diplomáticos parciales con Vladímir Putin —incluido un alto el fuego simbólico por el Día de la Victoria— no han logrado detener la violencia. En Gaza, tras un breve alto al fuego que permitió liberar rehenes y prisioneros, el conflicto se reactivó, complicando los esfuerzos de Trump por impulsar la paz en la región.

Pese a estos reveses, la Casa Blanca subraya avances en otros frentes: deportaciones de migrantes acusados de pandillerismo, liberación de ciudadanos estadounidenses detenidos en el extranjero y negociaciones para un nuevo acuerdo nuclear con Irán, a pesar de que Trump había abandonado el pacto original en 2018.

Trump mantiene el optimismo respecto a un nuevo entendimiento con Teherán: “Creo que habrá un acuerdo. Eso va a suceder muy pronto”, declaró, aunque también dejó claro que “la opción militar sigue sobre la mesa”. Mientras tanto, analistas advierten que las prisas del presidente podrían conducir a pactos frágiles que no garanticen una paz duradera.