En diciembre de 1952, Londres se sumió en una pesadilla ambiental que dejó una huella imborrable en la historia. El "Gran Smog", una densa niebla amarillenta, cubrió la ciudad durante cinco días, causando estragos en la salud de sus habitantes y dejando un saldo de miles de muertos.
El desastre fue el resultado de una combinación fatal: el frío intenso llevó a los londinenses a quemar grandes cantidades de carbón para calentarse, liberando dióxido de azufre y partículas contaminantes. La falta de viento atrapó estos gases, creando una bruma tóxica que redujo la visibilidad a metros y afectó gravemente los pulmones.
Las cifras oficiales estiman que al menos 4,000 personas murieron en las semanas siguientes, pero estudios recientes sugieren que la cifra real podría superar las 12,000. El "Gran Smog" no solo cobró vidas, sino que también generó un impacto profundo en la conciencia ambiental.
La tragedia impulsó un cambio radical en la legislación ambiental del Reino Unido. La Ley de Aire Limpio de 1956 restringió el uso de combustibles contaminantes y promovió un aire más limpio para las futuras generaciones.
El "Gran Smog" de Londres sirve como un recordatorio sombrío de los peligros de la contaminación y la importancia de proteger nuestro medio ambiente.